Las vidas extraordinarias

Descontextualizado de todo lo demás que voy a escribir sobre Orensanz (íd., 2013) quiero empezar diciendo que la película de Rocío Mesa contiene uno de los momentos cinematográficos del año 2013, al menos para mí. Me refiero a ese travelling que asciende de forma lateral y va recogiendo parte del skyline neoyorkino del lower east side. Nos eleva unos metros por encima del suelo y desde esa distancia que alcanzamos es desde la que vamos a mirar durante toda la película. Existe, y lo digo muy convencida, en la forma en la que Mesa coloca la cámara y la mantiene, el deseo de trasladar al espectador una magnificencia que convierte lo ordinario (o que quizá muestra como lo ordinario) se desvela, extraordinario. Orensanz enseguida me enganchó pues sigo sintiendo reverencia por ese cine que es capaz de dejar que las cosas sucedan, por esos directores que colocan la cámara y nos permiten ser testigos de las vidas de los otros. Hay un cine que nos cuenta, que no discrimina y que es incapaz de discernir entre el gato pintado al óleo del gran artista, y el bloque de piedra trabajada por ese lugareño anónimo que ya no lo será más, Nicolás. Esa forma de mirar “la vida que sucede” es mérito de Rocío Mesa, que en su opera prima no se achanta ante la figura del artista, y se aleja del retrato facilón y arriesga al escarbar en la historia que de verdad merece ser contada.

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Para Ángel Orensanz artista global, performancer, torrente creador, e ilustre habitante nacido en el pueblo del pirineo aragonés de Laurés, todo es susceptible de ser arte: hielo, cucharas, tenedores, pan, cartón, uralita, obras en alambre, en piedra, cerámica, barro, tejidos, dibujos al gouache, al óleo, pájaros, palos, fuego nieve, reflejos de espejo, humos de lámparas… uno de los aciertos de la cinta es tomar al artista y su nombre como excusa, como nexo de unión, pues Orensanz pivota entre dos escenarios: Laurés, el pueblo natal del artista y el lower east side de Nueva York, donde Ángel tiene situada su fundación, una sinagoga fascinante que lleva su hermano Al, junto a Javi Moreno y Marta Arenal. Ángel Orensanz aparece tan poco por la fundación como por el documental, a pesar de ello es el motor y el puente que une ambos mundos. Lejos de ser un retrato del artista, Orensanz se erige como un documento de dos espacios muy diferentes. De un lado, el pueblo, el origen, el lugar que salvaguarda lo más salvaje y natural; y del otro lado, la metrópoli, el barrio superpoblado, la diversidad cultural, el mundo apenas asible. Rocío Mesa captura en Orensanz, un mundo que desaparece,un mundo de poblaciones que se desdibujan en nuestro presente globalizado, y en él, actividades y quehaceres de otro tiempo que agonizan lentamente.

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Es increíble poder observar a alguien trabajando con las manos, una cámara que nos convierte en testigos privilegiados de un mundo en extinción, y de la vida (en extinción) pues gracias a Nicolás, el habitante de Laurés que trabaja la piedra, y que falleció al tiempo de haber terminado la película, me doy cuenta de que Orensanz, por este hecho, es también la constatación extraordinaria de que hay siempre un relato interno que nos cuenta, que nos muestra y que deja constancia de nuestro paso, por la pantalla, por el mundo. Orensanz es un subrayado de la vida que sabemos que existe, y que a veces no miramos (¿mira Ángel Orensanz alguna vez hacia Laurés?), una celebración de lo pequeño, de la anécdota, del goce de lo natural, del pasar de las ovejas, el golpe del martillo sobre la piedra, el silbido de la hoz al cortar la hierba, los cencerros, todos los sonidos… en contraste con ese otro mundo cosmopolita, grandilocuente, exagerado, excesivo, un mundo ajeno, y me atrevería a decir que incluso, estrambótico. En Orensanz todo fluye, todo es tremendamente humano, nada es extraño, ni la cámara, cuya presencia es aceptada por los vecinos de tal forma que el que mira siente que no hay distancia entre directora y filmados. La separación y el contraste se manifiesta para ese otro mundo, el del artista global que dice comunicar con su arte, pero al que siempre vemos desde la lejanía, desde la ausencia, desde la imagen de archivo. ¿Es el arte de Ángel Orensanz el que se comunica con el mundo, o lo es Orensanz, película “pequeña” realizada gracias a una beca (que ya no existe) testigo, y ahora documento, de tantos momentos y vidas extraordinarios?

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La directora ha tratado con mimo tanto a  la materia viva de la película, que son los habitantes, como a lo técnico, la excelente fotografía, sonido y música original. Orensanz es como salir a la puerta de tu casa una tarde de verano, colocar una silla y ver a los vecinos pasar. Ahora también sé que la cinta tiene mucho de su directora, de su cercanía, de su fuerza, de su vida, de su forma de mirar,de su generosidad, y espero que las gentes de Laurés sepan que tan importante es el monolito que tienen en su plaza conmemorando el nacimiento del artista  global, como Orensanz de Rocío Mesa, 2013.

Deborah García Sánchez-Marín