SSIFF62 (6): let her go
En el horizonte del mundo moderno se eleva el sol negro del tedio
(H. Lefevre)
Las miradas en Phoenix (Christian Petzold, 2014) no instauran deseo alguno hacia el plano siguiente. Los planos se suceden de manera mecánica, así como su protagonista desearía no respirar. Si crees que alguien te quiere despúes de muerta de una u otra forma debes asumir que ninguno de los dos existe. Las miradas tiemblan sobre cada adoquín putrefacto de un Berlin avergonzado que busca la asfixia en una piel teñida de normalidad contingente.
El plano final congelado del rostro de Catherine Deneuve en El último metro (Le dernier métro, 1980) parece una mera transfiguración de imagen escénica. De cara a los espectadores Deneuve es el continente reflejado que sabe conjugar la memoria íntima con el espacio colectivo. El sentido bidimensional del teatro como lugar de representación ofrece varias posibles miradas dentro del relato, lo figurativo, frente lo sugerido, la imagen soñada, mágica frente el contexto histórico, lo visitante choca con lo permanente.
En las sombras, tras las bambalinas un dramaturgo judío exiliado dirige mientras afuera, en el exterior, las tropas alemanas ocupan la ciudad de París. Truffaut sugiere proyectar en el teatro la gran metáfora de la vida, concibiendo el espacio físico, clandestino, en una puerta abierta al clima exterior.
CLOSE UP
“El letrero es más importante que la arquitectura. El presupuesto del propietario refleja ese estado de las cosas. El letrero delante es una extravagancia vulgar; el edificio detrás, una necesidad modesta” (Venturi)
Hay algo de premonición fatal en intentar reconstruir el amor y la vida en un club yanki de posguerra. Eran espacios suburbanos nacidos de la descomposición para vivir un triunfo que volvía obscena la celebración de cada bailarina y ensuciaba el jazz. La precarización de los lazos sociales y la muerte identitaria dejaban la puerta abierta a toda clase de personas descompuestas o divorciadas de la historia. Tenemos un espacio otro construido sobre ruinas, cuyas paredes permiten las risas en un área excluyente respecto a la realidad, y tenemos una historia de amor que resucitar… maybe we´re late, darling we´re late como reza su banda sonora.
Phoenix es una película de cicatrices, de cambios orgánicos, de forma secundaria es un palimpsesto urgido para rastrear pulsiones, y en ambos casos, un cuerpo simbólico albergando un relato continente. Nina Hoss, es más que un simple denominador común en el cine de Christian Petzold, es la imagen corporativa, el rostro/espacio de su discurso.
Hoss trasunta en su existencia, en su físico, una metáfora directa de la reconstrucción de un estado evocando aquella Alemania post holocausto, al mismo tiempo que es incluso renacimiento y cadáver de un país en constante cambio de identidad.
Nelly Lenz es una superviviente de los campos de concentración que en la primera escena aparece desfigurada, con el rostro totalmente cubierto por vendajes. La mujer necesitará cirugía plástica para componer nuevamente sus facciones y recomenzar una nueva existencia. Es especialmente significativo como Petzold arranca su historia, proyectando en el prólogo la esencialidad de un animal herido que tras un vaciado brutal de sentimiento necesita volver a ubicarse, volviendo sobre sus pasos. Buscará a su marido en un club, arrastrándose por los subterfugios de un país en ruinas, todavía ciego, debilitado, invisible, cercado por barreras ideológicas y un profundo negacionismo.
Al encontrarlo y pese a que éste no consigue reconocerla, intentará forzarla a imitarse a sí misma en cada detalle de su vida ordinaria antes de los campos. La vida cotidiana es una tiranía despreciable que nos domestica en formas y momentos, supone la tentación o el intento de atar en corto el discurrir de lo ordinario. Nelly ha de vestirse y cantar como lo hacia cuando las sensibilidades han desaparecido, y chocarse en primeros planos y planos detalle con su antigua caligrafia, o sus zapatos, sin conseguir resignificarlos.
Hay una belleza contenida en cada secuencia de la película que brilla por inesperada. La dialéctica explotada por un extrañamiento doloroso, y el saberte conocedor de esa melancolía en las acciones, fortalecen los conceptos de claritas e integritas que han acompañado como máxima al arte hasta los últimos siglos. Prólogo y epílogo de la película van fundidos en luz como lo hacen las historias que dan cuenta de relatos por encima de lo humano. Hay otras miradas y otras bellezas, pero la de Phoenix nos arropa con una sonrisa cariñosa, anciana y autoritaria.
El director condiciona los movimientos, gestos, o miradas de la protagonista, al ensayo practicante de una cinta política, construida sobre el resentimiento de millones de judíos sin patria, que anhelaban una tierra fértil donde reconocerse. Además Phoenix avanza en la dirección de un cine clásico medible en los encuadres y en el equilibrado uso de una cámara agresiva, estéticamente cinematográfica, de la que postrar una cuidada sabiduría escénica, como son el uso de los interiores, el tono oscuro, decadente de los clubes, o los planos de perfectas proporciones, dejando claro su mimetismo con el cine de género (el cine de Delmer Daves) a la misma vez que fluye en paralelo hacia la catarsis emocional de los símbolos.
En el fondo, el alma reciente de Alemania está sobreexpuesta a los vericuetos de un espectro flotante que niega inexistir, y de ello Phoenix saca partido, con el (meta teatral) juego de espejos como tratamiento de síntesis expresiva
Conmovedora, terrible, bella, asfixiante, ve transmutada la ficción cobrando densidad fílmica, aumentando su volumen, hasta expandirse en un hondo desenlace, del cual solo queda una imagen velada, una imagen borrosa, una imagen abandonada.
El anonimato que escoge la sustrae a la mirada de los otros y abre un espacio en paréntesis para conocerse a si misma. El anonimato no es un NO SER sino una negación a que la propia identidad se convierta en los pequeños detalles que los demás ven. Ése es el trayecto narrativo a recorrer por Nelly, hasta un salón en el que vuelve a ser libre y desconocida, entre las estaciones de tren donde se atropellan los nombres. Al fin y al cabo el anonimato se ha convertido en el precio por su libertad en la que siempre podrá desaparecer de forma real y hacerse la muerta para vivir.
Blanca Margoz
David Tejero