dinámicos
Era muy joven la primera vez que fue consciente de sus genitales y también era muy joven cuando se dio cuenta de que algo no funcionaba en ella como en los demás. El estado de conservación era más fuerte que otras cosas y eso le permitió camuflar durante un tiempo sus sentimientos, sin embargo, nunca olvidará la primera vez que tomó su sexo entre los dedos y quiso formar con ellos una minúscula polla. Romperlo, juntarlo, transformarlo (su coño), convertirlo en esa otra cosa para que sentirse atraída por las chicas fuera algo bueno posible. Bueno y posible. El hecho de vivir durante mucho tiempo en sus fantasías, ese espacio donde era un yo sin escisiones (quizá con otro nombre) permitió que su coño y su cuerpo fueran uno solo. Puede que suene infantil pero esas huidas al bosque eran una forma de recorrerse, de entenderse, de amarse. Sentirse ella/ello/el, contemplar su cuerpo, sus manos jugando con el aire, la hierba mezclada con sus cabellos, sentir la pureza del peso sobre sus rodillas, los insectos posándose en su ombligo las tardes de verano. Aquellas huidas al bosque, las huidas directas a su ser /las huidas a su animal. Descubrirse tan temprano en libertad concilió su cuerpo con su mente. Disfrazarse, mudar de pieles se hizo innecesario. Hizo el trayecto sola y comprendió en la soledad inmensa de su intimidad que podría ser en su cuerpo y fuera de él lo que quisiera.
Desde el principio de Something Must Break (íd., Ester Martin Bergsmark, 2014) la voz de off del protagonista nos sitúa frente a una existencia que es vivida al borde del abismo, “el tiempo se escapa” “si me miras de cerca te darás cuenta de que no pertenezco a este lugar”, “me he rendido”. La violencia que se infringe Sebastian y la violencia a la que se somete es la forma más elevada que tiene para sentirse vivo. Quiero pensar que estas imágenes del principio son en realidad las del final del relato donde Sebastian cansado ya de buscar aceptación fuera de sí decide romperse.
El protagonista vive durante todo el metraje situaciones en las que se pone al límite, enamorarse de Andreas es la más brutal de todas ellas y tras su ruptura con él, la búsqueda del dolor solo irá en aumento.
QUIERE ENCONTRARSE EN EL DOLOR
Pienso por ejemplo en la escena del hombre que aparece en el parque a altas horas de la madrugada, Sebastian vestido como mujer se presenta ya como Ellie, pero sabe que en el momento del encuentro sexual este otro le reconocerá hombre por sus genitales. Sebastian busca desesperadamente herir y que golpeen su cuerpo masculino porque es la única forma en la que su yo femenino va a emerger (algo debe romperse).
MÉAME Y HIÉREME PERO ABRAZAME UN TIEMPO
Hasta que conoce a Andreas, Sebastian, juega, vive una sexualidad y un género dinámico. Es Andreas el que finalmente reclama que sea mujer, algo incomprensible porque han tenido una relación de igual a igual de cuerpo a cuerpo. Es el otro el que le reclama que sea una mujer, que se defina. Lo que Sebastian ha vivido como posibilidad se convierte en una imposición que viene desde fuera (en parte Andreas representa muy bien esos comportamientos que TOLERAN socialmente lo transgénero pero que acaban también ejerciendo su violencia). Personalmente me cuesta aceptar estas imposiciones y me cuesta también aceptar los cambios de sexo y me explico. Rememoro la situación que planteaba Tomboy (íd., Celine Sciamma, 2011) donde se reafirmó mi idea de que el cambio de sexo es una imposición de la sociedad heteropatriarcal que necesita que los cuerpos entren en categorías férreas para poder definirlos y así poseerlos.
El discurso de Tomboy es el mostrarnos a una niña que crece adoptando el disfraz que le da la gana (ropa asignada al género masculino en este caso), y la posibilidad real de seguir teniendo su sexo femenino y su nombre femenino, y no renunciar a él [1]. En Tomboy el primer grupo de socialización, padres y hermana, se comportaban como cómplices, no censuran nunca el comportamiento natural de Laure, solo censuran que escondiese (en sociedad) su nombre, que escondiese quien era. Mientras en Tomboy hay una sensación continua de vida y de posibilidad, en Something Must Break el tono es completamente oscuro. Hay una sensación de opresión intermitente que se agudiza por las reflexiones del protagonista siempre en voz en off. La presencia de la muerte se esconde detrás de las imágenes del film sueco, la certeza de que algo sobra y algo falta.
Esa violencia que incluso ejerce el lenguaje sobre los cuerpos llevan al protagonista a vivir estas situaciones a vida o muerte. Y es coherente que la película incida en esto porque desde fuera siguen reclamando que nos definamos, me parece bastante sintomática la conversación que se da entre Sebastian y su compañera de piso cuando ella le pregunta si quiere un postre y responde quizá. Su amiga recalca su duda, “ni sí ni no, siempre quizá”, ejemplificando así la problemática de Sebastian que no es ni hombre ni mujer y se sitúa en un punto intermedio. Es la violencia infringida por parte del lenguaje que niega su existencia no-definida, y dinámica.
Finalmente acabo comprendiendo, porque te hieres, porque buscas en ti a tu hermana Ellie, porque sexo y muerte están tan profundamente unidas porque deberíamos destruir el lenguaje para seguir amándonos.
En Something Must Break la cámara juega a entender y desentender la dinámica del protagonista, como él, se viste de hombre o de mujer. Es en los planos medios y primerísimos primeros planos donde el sexo y el género se difuminan: un centímetro de piel es hombre o es mujer, este lunar es femenino o masculino. Por el contrario es en el plano medio y abierto donde la cámara insiste en definir al protagonista, donde aparece contextualizado, donde aparece la cultura, donde vuelve a ser reconocido como hombre o mujer. Es en el plano corto y el plano detalle donde hemos ganado por fin en el cine el cuerpo dinámico.
Al crecer también comprendió que el trayecto es siempre en compañía, que los otros funcionan también como espejos. Nunca se sintió más mujer que cuando vio su reflejo de mujer en otros ojos, porque en aquel abrazo de después, volvió a reconocerse tal y como se veía en sus huidas al bosque, reafirmando en el tiempo y en su cuerpo de ahora aquella pureza y armonías infantiles.
Deborah García Sánchez-Marín
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[1] Tomboy: coreografía y máscara, Todo Lo Contrario, Déborah García, 2013 “Algunas lecturas de la película han llegado a afirmar que Laure se presenta como Mickäel porque en realidad quiere ser un niño. Me niego a interpretar la película de esa manera, de la misma forma en que me niego a aceptar que para jugar a juegos asignados al sexo masculino haya que ser un niño, y un largo etcétera en el que me perdería. De hecho, quiero señalar que uno de los puntos más acertados del film reside en su forma de abordar la cuestión del género, y es que ofrece la posibilidad de que Laure, siendo una niña (biológicamente), pueda-ser-lo-que-desee. Si quiere tener un pene, lo puede llegar a tener, aunque sea de plastilina (porque el sexo genital puede ser construido). La postura de los padres y la de Tomboy es mostrarnos a una niña que crece adoptando el disfraz que le da la gana (ropa asignada al género masculino en este caso), y la posibilidad real de seguir teniendo su sexo femenino y su nombre femenino, y no renunciar a él.”
[2] Todas las imágenes pertenecientes a Something Must Break y Tomboy excepto último gif compuesto por los cuadros dedicados a San Sebastián de Peter Paul Rubens, Corot, Dali, El Greco, José de Ribera, Odilon Redon, Perugino, Gido Reni, Il Sodoma, Mantegna.
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