El aroma del miedo
Thelonious Monk in his robe of Norman charcoal—
And if Western Civilization comes to an end
(though I doubt it, for the prophet has not
executed his prophecy) surely the Eastern child
will sit by a window, and wonder
the old statues, the ornamented doors;
the decorated banquet of the West—
Inflamed by futurists I too weep in rain at night
at the midnight of Western Civilization
Gregory Corso
Un axioma aceptado es que únicamente desde el miedo y el pavor podrá controlarse el caos y la anarquía. 
Miedo a lo desconocido, miedo procedente de enemigos exteriores vestidos bajo la figura de Caballos de Troya, miedo a la soledad, miedo a no experimentar el amor, miedo a perder la batalla contra la locura, miedo a no ser aceptado por el resto de la sociedad al exponerse en primera persona, miedo a la muerte, miedo….a tener miedo.
Los ciudadanos que residimos en las grandes urbes del mundo occidental, paraísos vegetativos, sobrevivimos con una extraña sensación que mezcla la
comodidad inherente a la doctrina del Bienestar con la intensa inquietud de quien gobierna y administra nuestro orden social, mediante oscuras intenciones vertidas desde grupos de poder a los que sigue interesando amedrentar al personal.
Mientras en tiempos pasados el miedo venía impuesto por cultos religiosos que intimidaban a sus feligreses, hace un siglo que la adoración monoteísta ha derivado en liturgia vinculada al credo de la imagen y el 
sensacionalismo. Instrumentos de transmisión de esa congoja demoledora de libertades. Los medios de comunicación son el Dios que adoctrina mediante la irradiación de un evangelio colmado de desvergüenza, bochorno, humillación, demagogia, odio, vileza, desfachatez… y que como toda buena oración termina conquistando la mentalidad de su consumidor, transformándolo
como por arte de magia en un ente catatónico que obedece, sin rechistar, los mensajes subliminales lanzados desde las fuentes vigilantes de la moral.
Esta reflexión acerca de las mordazas que atenazan y mueven los hilos que gobiernan nuestra conciencia, es el principal atributo que convierte a Nightcrawler (Dan Gilroy, 2014) en una de las experiencias intelectuales y visuales más fascinantes del año
La impresión que nos produce la separación física impuesta por la pantalla del televisor al observar vísceras, asesinatos, muertes y violaciones cometidas por nuestros semejantes nos reconforta, ya que nos felicitamos por no haber sido derrotados en nuestra propia psicosis. Nos atrae la contemplación de la sangre, y la degradación humana nos enamora en aras de nuestra condición de animales dotados de cierto punto de irracionalidad criminal.
La cinta narra la epopeya en la que se sumerge Lou Bloom, quien por un designio del destino acabará 
convirtiéndose en un sádico reportero nocturno que alcanza el orgasmo cada vez que radiografía con el obsceno objetivo los sucesos y desgracias que acontecen en la ciudad de Los Ángeles. El argumento en Nightcrawler no resulta novedoso. El gran carnaval (Ace in the hole, Billy Wilder, 1951) o la sátira dirigida por Sydney Lumet, Network, planteaban ese debate acerca de los finos límites que separan la tergiversación de la realidad y la codicia. Sin embargo, el punto que marca la diferencia entre la posible caída en el olvido que conlleva el paso del tiempo y la fascinación que me ha provocado Nightcrawler está en los ojos de Gyllenhaal.
La película expone un viaje consciente a los infiernos y a las fronteras más vomitivas, presentes en el alma
humana, mediante la mirada perdida de un actor en estado de gracia. La picardía y marginalidad inicial que posee Lou Bloom va derrotando hacia la perversión, el tremendismo, la avaricia y el sensacionalismo extremo. A medida que Bloom va cumpliendo sus objetivos, la mirada del actor se transformará en destellos de vicio, usura y…. poder.
Puesto que la película reflexiona sobre ese poder de manipulación que ejerce la crudeza de la imagen, pintando a lo largo del desarrollo de la trama, ese ente capaz de emocionar,
tergiversar, activar nuestras defensas ante el miedo a la muerte, dictar las normas de comportamiento o provocar el vómito del público en función de las necesidades y deseos de aquél que conquista su influencia mercantilista
El portentoso ropaje visual de Nightcrawler combinado de forma hipnótica con la pulcritud de las secuencias de ambiente diurno, y esa atmósfera pesadillesca, onírica e irreal que brota de las abundantes escenas taciturnas, componen el esqueleto fundacional del film. En este sentido desborda nocturnidad y caos gracias a la intencional oda 
vampirica dibujada en el protagonista, personaje capaz de chupar la sangre de todo aquel que ose cruzar su destino con él fin de alcanzar el éxito profesional (una especie de distorsión del capitalista Gordon Gekko sin precisar de gomina, limusinas, traje ni corbata para obtener el triunfo mercantilista). Bloom emerge como instigador del poder a la vez que como un agitador sin escrúpulos, al que no tiembla el pulso mientras capta con sus afilados dientes –la cámara– al herido desangrándose en la camilla de una ambulancia o a la familia brutalmente asesinada por unos desconocidos bajo el techo de su aparentemente segura mansión.
La cinta también lanza una afilada crítica contra la sociedad introspectiva, supeditada al individualismo extremo y basada en unas relaciones sociales tendentes a la indigencia emocional y a la soledad, y que se presta por tanto a otorgar el triunfo a seres corruptos y rastreros. Una sociedad que, pese a criticar lo infame y pregonar lo justo, es tan injusta e infame que no duda en alcanzar sus propósitos a costa de negociar con aquellos integrantes de la parte renegada y proscrita de cara a la galería. Así resulta perfecta 
la combinación de denuncia y sátira social que ofrece la trama. Sin duda Bloom es un personaje deformado, ambiguo, surrealista… que representa de manera especular esa esquizofrenia y paranoia de la realidad más aparentemente equilibrada.
La mirada de Gyllenhaal se irá deformando conforme avanza la odisea personal, desde la inocencia y el miedo hacia la perversión y el apetito desenfrenado, originado por ese suave aroma del éxito que habita en el purgatorio sombrío en que se convierte la ciudad de Los
Ángeles.
Y es que la película me hechiza gracias a esa fuerza que desprenden los ojos de Gyllenhaal, que caminan desde el erotismo y la indifencia hacia terrenos embarrados por la pornografía, el dinero y la traición. Y en 
ese momento cuando pueden mostrar de manera fidedigna como el poder lo cambia todo, esclavizando bajo su terrible aroma desde perversos antihéroes hipnotizados por el color del dinero hasta idealistas dispuestos a invertir el mundo hacia una deriva más humanista.
Rubén Redondo