A mi guía en la frontera
If the work is good, what does it matter? I´m doing it because I love it.
Why not do as many things I love as I can? As long as the work i good.
James Franco
No recuerdo qué fue antes, si el ESTALKEO, o el AMOR. Tampoco se CUÁNDO ocurrió, si a raíz de descargarme Freaks and Geeks (íd.,Va. 1999) o extasiada tras su papel en Spring Breakers (íd., Harmony Korine, 2012). Puede que googleara-imágenes o su nombre arrastrándome hasta la página 8, después de repasar cada uno de sus artículos en Vice, o puede que todo comenzara por chekear su TL cada noche, NO LO SÉ, pero ahí está mi fanismo irracional tornado en SERIO #respect, congraciándose con cada una de sus decisiones profesionales y mediáticas. Las personales no me interesan como materia de estudio.
Seguramente exista un James Franco que se nos agota, que sólo podemos disfrutar bajo la categoría de contemporaneidad. El James de las mil caras travestido y disfrazado de intelectual escudándose en Instagram. El OJALÁ futuro padre de un bebé bomba con Lana del Rey que termine por remakear y explotar los pocos mitos americanos que hayan dejado escapar sus padres, o el actor que supone un antes y un despúes en prácticas de creación de marca y gestión de su propia fama.
Por suerte, se nos revela el James Franco escritor, profesor de UCLA y director con talento. Un artista sin prejuicios ni prisa, cuya dependencia ideológica parece estar muy lejos del ahora. Otro tránsfuga jugando al eterno radical burgués que prolonga el academicismo en fondo, interesado por figuras existencialistas y despreocupado en estilo. Existe un ABISMO apasionante entre su proceso de creación de identidad y la factura final de sus obras. As I Lay Dying (íd.,2013) y Child Of God (íd.,2013) son películas que respiran una óptica más pura y abstracta, están desvinculadas por completo de su ethos y del propio cine, consagradas a un arte más primitivo que no es otro que el de la propia narrativa, el contar historias.
Ayer la Tate de Londres inauguraba una exposición sobre las pinturas tardías de William Turner, la mayoría de estas pinturas vapuleadas por la crítica ni siquiera fueron mostradas al público hasta después de su muerte. El propio Turner renegaba de algunas de ellas, las ejecutaba prolíficamente adaptando poemas suyos o de Milton, advirtiendo que “no por adaptar el pasaje más sublime de la historia de la literatura, el resultado sería un cuadro sublime”. Algunos sin embargo lo fueron, de la misma forma que en mi opinión lo es la adaptación de Franco a la novela, Child of God (Cormac McCarthy). Ruskin defenderá que lejos de imitar los versos de Milton, los pinceles de Turner repetían los efectos que estos producían en la mente, obrando por tanto en los placeres de la imaginación. Exactamente es lo que se experimenta en el visionado, una nueva vida de McCarthy ante los ojos.
Franco ha sabido respetar, encontrar y reproducir un recurso fílmico equivalente a cada marca literaria. La narración omnisciente, los insertos de voz en off equivalentes a los distintos narratarios delegados, el grafismo equilibrado, la división por episodios o la falta de signos marcando los diálogos de la novela, que imprimen su característico ritmo abrupto, rima con el inteligible acento de su protagonista en la película. La cámara autónoma acecha tanto al protagonista como al espectador huyendo de los planos subjetivos, comprendiendo las distintas verdades que conserva la comunidad frente a la historia, poco noble, e incluso picaresca de Lester Ballard .
Child of God es una compleja parodia del constructo social americano frente a la marginación. Los retazos minimalistas de un hombre que solo trata de simular espacios sociales, relaciones sentimentales que le fueron negadas cayendo en la espiral de violencia (robo, asesinato, necrofilia) en la que fue creado y de la que nadie tiene la intención de salvarle.
“Goddam frozen bitch, said Ballard. He piled more firewood on. It was past midnight before she was limber enough to dress. She lay there naked on the mattress with her sallow breast pooled in the light like wax flowers. Ballard began to dress her in her new clothes. He sat and brushed her hair with the dimestore brush he´d bought. He undid the top of the lipstick and screwed it out and began to paint her lips. He would arrange her in different positions and go out and peer in the window at her. After a while he just sat holding her, his hands feeling her body under the new clothes. He undressed her very slowly, talking to her. He spread her loose thighs. You been wantin it, he told her”
Apuntaré un par de características soberbias atendiendo a las imágenes, que hacen que la película merezca estar a la altura de la novela y escindirse por completo del grueso de cine de autor contemporáneo. La primera es que en la cámara no existe lógica de la acumulación, la mayoría de las películas actuales se levantan como trincheras referenciales de las cuales escoger tal o cual escombro para adornar el discurso que incline la balanza. En esta película, las pausas y los silencios ahuecan el espacio mismo para que el pasado filtre las referencias de TÚ (eres) historia del cine, no la de James Franco o la institucionalizada. El discurso fílmico no reside EN la imagen sino DESDE la imagen y por eso nos extraña.
La segunda característica que nos impone la obra y contra la que luchamos muy a menudo es el concepto hegeliano de unicidad. El sentido final de Child of God reside en los 104 minutos de metraje porque su autonomía no responde a medios ni procesos fílmicos. No hay planos maestros a los que asirse, las escenas se desarrollan enlazándose con fundidos como puntos finales, como quien cose a mano con pespuntes largos un vestido de boda. El enfoque, la luz y el sonido son irregulares durante todo el relato. Los procedimientos dan absolutamente igual porque Franco está demasiado ocupado con los estados del alma. El todo ya cuajado que se nos presenta mantiene una fluidez y naturalidad contra la que obviamente somos libres de arremeter pero no sin pecar de impertinencia y egoísmo.
…to primal thought,
not lands and seas alone
(O soul), thy own clear freshness
… the voyage…
To reason´s eratly pasadise
back, back to winsdom´s birth, to innocent intuituons,
Again with fair creation[1]
La única licencia del Lester Ballard de James Franco frente al de McCarthy es un plus de bizarria con la que además salimos ganando. Mientras McCarthy restaura un orden social en la conducta salvaje de Ballard, Franco le permite la victoria. Nos hace querer al necrófilo y alegrarnos de su huida ante la ley.
En la película todo despierta nuestra incertidumbre, hay un barniz agrio de las cosas que lleva cada minuto a un limbo entre el éxito y el fracaso. Ya sea por su mal gusto, la barbarie o lo vacuidad, lo bizarro aparece disfrazado bajo un supuesto clasicismo que no es tal. Está demasiado vivo para serlo , desconcertándonos, inclinándonos a todo lo siniestro, llevándonos a un lugar donde el retorno a las normas morales ya no es posible.
La actuación de método que brinda Scott Haze, perdido meses antes del rodaje entre las montañas, viviendo en cuevas y alimentándose de su propia caza como Lester sacia nuestro furor óptico. Ballard es un Adán americano que niega la teoría de Lewis, la naturaleza no se mimetiza con el alma humana, no podremos llegar nunca a un estado superior porque la transformación que camina a la felicidad ocurre en sentido contrario. Lester no madura, experimenta una regresión a la infancia y la adolescencia para posteriormente fundirse con la propia naturaleza, deshacerse literalmente de su cuerpo (perdiendo un brazo en el relato) y no para alcanzar precisamente una libertad tecnificada a lo Fitche. El mito sureño trasciende del génesis y los bosques para darnos vía libre al mal. Gracias por eso James, me love u long time 😉
BMG
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[1] Fragmento de Pasaje a India, Walt Whitman, Hojas de Hierba.
Nota: Todas las imágenes pertenecen a Child Of God y Psicosis (Psycho, Alfred Hitchcock, 1960) Excepto American Gothic, Grant Wood, 1930. Y el fondo de pantalla, Rams Head and White Holly, Georgia O’Keeffe.