La eterna polifonía
Nymphomaniac (íd, 2013) es una superposición de voces que construyen y deconstruyen, una historia cargada de símbolos y referencias intertextuales a diferentes ámbitos del arte, desde la religión a la música, la pintura y con un significativo uso del lenguaje más importante de lo que puede parecer; Lars von Trier ha confeccionado un viaje confuso y de experimentación desde la Joe niña a la Joe adulta, un despertar sexual que se acaba tornando en adicción, en una reafirmación en esa búsqueda desesperada de algún tipo de sensación.
El sexo es la catarsis, el catalizador de sentimientos alejado del placer, aquí es dolor, un dolor siempre materializado en el cuerpo, en forma de tragedia, un juego en el que la ausencia gana siempre, la ausencia del orgasmo, del erotismo, de la emoción. En Anticristo (Antichrist, Lars von Trier, 2009) y en Nymphomaniac el sexo trata de expiar el sufrimiento, un sexo desesperado que se acaba convirtiendo en una dicotomía entre muerte y orgasmo.
Bebe el cine de Trier de un romanticismo tardío, de nieblas y excesos, de muertes y catarsis. La incertidumbre de los cuerpos celestiales ante la oscura inmensidad, perturbadora, un escenario que nos recuerda que ahí siempre nos quedamos solos, ya sea esperando que choquen dos planetas, esperando el caos o buscando lo que posiblemente no existe. Unas composiciones que pierden el color, que se transforman en blanco y negro ante la pérdida, en el inicio de Anticristo, una secuencia ralentizada en la que encontramos esa dualidad entre muerte y orgasmo, la pérdida del hijo se une a la relación sexual de sus padres y en Nymphomaniac la pérdida del padre y la reacción de Joe donde de nuevo se mezclan sexo y muerte.
En Melancolía (Melancholia, Lars von Trier, 2011) estábamos condenados al fin de la existencia, en Nymphomaniac se recrea una pena infinitamente peor, pues no hay acto más dramático que resignarnos a aceptarnos como bestias, a vagar eternamente por el dolor del que no hay escapatoria. No hay redención para Joe que parece esconder en sus actos una rebelión contra el amor, contra las etiquetas, contra lo establecido, como le ocurre a Justine atrapada en su vestido de novia del que metafóricamente y físicamente se desborda, un cuerpo que no puede ni quiere adecuarse a las nociones convencionales de lo que se presupone femenino, de lo que se considera ético. Joe nos lo desvela en su charla con Seligman, “las cualidades humanas pueden ser expresadas en una sola palabra: Hipocresía. Alabamos a aquellos que dicen lo correcto pero que no lo sienten y nos burlamos de los que no dicen lo correcto pero tienen buenas intenciones”.
La naturaleza, y la exhibición de su fuerza arrolladora está muy extendida en las tres películas, en Anticristo, la naturaleza esencialmente juega como un tercer personaje, una entidad viviente, oscura, percibida como factor de control de la maldad intrínseca. Los árboles hacen su reaparición en Nymphomaniac, cuando Joe al fin descubre su árbol se convierte en un momento tranquilo y completo. La naturaleza también tiene un gran interés en Melancolía, los alrededores del lugar están llenos árboles, de agua, significativo (y único) es el encuentro sexual de Justine que sucede fuera, rodeada por elementos naturales exuberantes. Más tarde, tumbada desnuda en la orilla del río cubierta de hierba como una Ophelia particular. Cada uno de ellas también posee un elemento mágico desconcertante, Nymphomaniac tiene una narrativa poco ortodoxa, se cuenta esencialmente como un cuento de hadas narrado con la suave voz de Joe, sentada en la cama en pijama, una inocencia extraña dentro de esta historia. En Melancolía, Justine revela que tiene habilidades de clarividencia, que sabe cómo terminará el mundo. Los elementos sobrenaturales en Anticristo son un poco más abstractos, con fuertes lazos con la brujería y la magia arcaica.
Cualquier indicio de afecto es eliminado por una fría concepción del ser humano, una indagación en los traumas socio-culturales a través del propio individuo, nos pone delante algo que nos mira quizá mucho más de lo que nosotros lo miramos, un discurso narrativo en el que tanto Joe en Nymphomaniac como Justine en Melancolía, Ella en Anticristo y nosotros parecemos meras marionetas en una sociedad corrompida, devastada y cruda, sentimos que hemos aprendido algo que se nos escapa, algo intangible, oscuro y doloroso pero esencial.
Caroline Baindbridge, que ha estudiado a fondo el cine de Von Trier lo califica de unpleausure, “su cine es traumático no simplemente porque es chocante o perverso, sino porque nuestra implicación en los temas de sus películas es muy grande”.
Es precisamente su interés por la religión lo que permite elaborar un discurso que suscita un debate sobre la condición humana y sobre la religiosidad, más allá de la mera fe, acercándose más a los límites morales, es Joe la que cree que el ser humano es malo por naturaleza, se odia a sí misma pero solo es un alma que sufre porque no encaja, porque no siente como los demás, porque busca algo que se le escapa, al final es incapaz de disparar, en realidad incapaz de dañar a nadie más que a sí misma, como reverso está Seligman, asexual como él se define, privado -voluntariamente o no- de relaciones sexuales sobre las que lo ha leído todo pero que nunca ha consumado, una versión teórica y contenida que proclama su confianza en las buenas intenciones de las personas pero que en su acto final demuestra lo contrario, aquí está la hipocresía de la que hablaba Joe, ella es la señalada, la juzgada, la que ha puesto en práctica sus deseos y su búsqueda personal abiertamente, Seligman seguirá aparentado para los demás ser un tipo culto, refugiado en su música y su literatura pero en el que se esconde todo el deseo frustrado, no manifiesto ni buscado, el único capaz de hacer daño aunque pretendan casi siempre hacernos creer lo contrario.
“Tal vez lo que me diferencia de las demás personas
es que siempre he demandado más de la puesta de sol.
Más colores espectaculares cuando el sol golpea el horizonte”